martes, 24 de noviembre de 2009

Marisol Ayala

El médico amenazado
NO ES NUEVO, NI MUCHO MENOS, el riesgo que desde hace seis o siete años corren los médicos que pasan consulta, especialmente en el área de Atención Primaria; hablo de esos que se enfrentan día a día y, a puertas cerradas, con energúmenos que se enfadan muchísimo cuando exigen todas las recetas que se les antoja, partes de baja o la incapacidad laboral por los siglos de los siglos y se lo niegan. Las consultas médicas masificadas, las largas listas de espera para acceder a especialistas o ser intervenido, son tres patas en las que se sustenta la situación de agresividad en el ámbito sanitario, que nos sonroja a todos.

Insisto que lo denunciado no es nuevo. Hace unos cinco años que ya los médicos, a través de su órgano colegiado, suscribieron un póliza que les amparara en el plano judicial y económico frente a las agresiones y la posibilidad, sin duda humana, de tener que responder a la agresión. Tengo amigos facultativos en el SCS que trabajan con el miedo en el cuerpo; dependiendo del barrio en que desarrollen su actividad el riesgo es mayor, pero no se atreven a denunciar su caso por miedo a que el enfermo loco multiplique su agresividad; torean la situación como Dios les da a entender.
Llama la atención que el perfil de los enfermos agresores no sea, como podría parecer, exclusivo de quienes acuden al Centro de Salud con problemas de droga o el alcohol. De ninguna manera. A estos, generalmente, los médicos manejan muy bien, recetándole el fármaco que precisan y nada mas. El temor, la agresividad mayor, es la que llega de la mano de quienes aparecen en la consulta, exigiendo una baja o la renovación de la que está en trámite. Si el médico se niega y le manda directamente al trabajo ya comienza el problema. El Colegio Oficial de Médicos de Las Palmas de Gran Canaria denunció hace dos o tres años las amenazas que algunos facultativos, especialmente los inspectores, recibían en su domicilio a través de llamadas telefónicas amenazantes. Esas amenazas en más de un caso acabaron en el juzgado, cara a cara, médico y enfermo. No es casual por tanto que años después los facultativos hayan tenido que pedir otro nivel de seguridad en la consulta como lo es un detector de metales. Objetos punzantes, fuera.
Es más que comprensible la exigencia porque, cuenta una doctora, “cuando el enfermo entra en la consulta y se cierra la puerta estamos a su merced. Tú nunca sabes cómo va a reaccionar alguien que te pide recetas imposibles sin el aval de un especialista o la baja, y se las niegas”. Están desprotegidos porque el paso previo a la agresión es el insulto “y eso es ya el pan de cada día”.
A juzgar por la petición que hace dos días hizo público el Colegio Oficial de Médicos de Las Palmas Gran Canaria las cosas en el ámbito de la seguridad en la asistencia sanitaria ha empeorado sensiblemente, así que la cuestión es impedir que un día de estos, uno loco llegue, saque un arma y ataque a un facultativo, tal como ha ocurrido en otras comunidades. Impedirlo está en manos de la administración sanitaria. Desde el colegio de médicos hablan, y hay que darle la razón, que el origen de esa agresividad habría que buscarlo en el escaso respeto que la sociedad les tiene hoy a los médicos porque, en el fondo, les culpan del mal funcionamiento del sistema sanitario. Esa deficiencia en Canarias ha convertido a los profesionales de la medicina en “la cara” de un sanidad que no responde bien, que es lenta y que tiene la habilidad de cabrear al enfermo. Si un médico es quien informa al paciente que la lista de espera es larga, que debe tener paciencia y que “ésto es lo que hay”, ya es su enemigo. Así somos.

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